Volver a Villanueva

26/5/15


Por: Fabrina Acosta Contreras – Villanueva mi@. El corazón palpita con un ritmo de alegría acelerada, de olor a cafetal y sonoros recuerdos de un gallo cantando a lo lejos; deleito los síntomas de volver a Villanueva, a la tierra que parió a la gente que amo des-limitadamente, mi abuela Rita, mis padres, mi familia en general y grandes amigos.

Cuando era niña imaginaba llegar a sus calles pedregosas para salir a manejar la bicicleta de algún primo generoso; hoy mi alegría es otra, una más adulta pero igualmente colorida, pues llegaré a la tierra del Cerro Pintao con una propuesta de tejido social, es decir, llevaré de la mano de aliados y aliadas un Foro Concierto que hemos bautizado “La mujer en el Vallenato”; es inevitable sentir una emoción que eriza todo mi ser, pues es hermoso parir ideas y escoger como sala de parto nada más y nada menos que a Villanueva.

En pocos días estaré con amigos y amigas que hacen música vallenata, cantan, componen o interpretan el acordeón, la caja, la guitarra o la guacharaca; es un lujo tener en un mismo escenario a hombres y mujeres que aman como yo a Villanueva; el maestro Rosendo Romero, María Silena Ovalle, Carolina Celedón, Maria Jose Ospino e Ismael Fernández, una nómina tan importante, que me lleva a afirmar que Villanueva es un vientre fructífero por parir a personas que tanto le aportan al tejido social. También estarán Lucy Vidal, a la que considero el pulmón  femenino con más temple del Vallenato y la gran Eliana Gnecco quien interpreta el vallenato con el carácter aguerrido de una dulce mujer. ¿Qué más le puedo pedir a la vida? ¿Qué mejor maleta de sueños que ir acompañada en ese bello retorno a mi raíz de personajes como las Evas y los Adanes musicales?

¿Cómo no estar feliz? Si estoy como en el intro (en vivo) de un vallenato en guitarra que solo propicia deleite infinito; volver a ti Villanueva es la dicha más grande que experimento, porque me reencuentro con el valor de lo criollo, de las arepas de maíz, de las historias de las abuelas, del olor a tierra mojada y de ese sublime sentir de volver a mi genuino útero.

Solo puedo afirmar que yo le pertenezco a la historia de una tierra firme e imponente como la ceiba que adorna una de sus vías principales en el Barrio Las Delicias. Esto es vida, anhelar escuchar al maestro Rosendo Romero cantar “noche sin lucero” o sonreír con una buena nota de acordeón de María Silena y envolverme en la dulzura de la sonrisa inocente de mi abuela de 105 años, entre otras miles de sensaciones que me dejarían escribiendo por días sin perder la inspiración.

Volver a Villanueva es reverdecer el alma, nutrir las fuerzas y reinventarme desde la belleza del amor real y sin trajín, del amor propio de un alma guajira que se entrega en pleno. Confieso públicamente que volver a Villanueva despierta en mí ser un universo infinito de alegría.

Es celestial cuando vuelvo al inicio de mi historia existencial, todo en un mismo paisaje, recuerdos, familia, amigos, música, amores; te amo Villanueva y soy de ti con el mayor de los gustos y sabiéndome la más privilegiada por ello.


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