Por: Fabrina Acosta Contreras
(@FACOSTAC). Son muchas las características comunes de Luis Andrés y José
Ricardo, mencionaré algunas; son hijos de padres guajiros, menores de 25 años,
estudiantes universitarios, seres llenos de sueños, fallecieron por hechos
confusos pero claramente injustos y algo especial de los dos, confiaban en sus
amigos; esta última parte es donde el corazón comienza inevitablemente a
arrugarse, el padre de Luis Andrés ha mencionado en algunas entrevistas “ Que no entiende porque si Luis tenía
tantos amigos lo dejaron solo cuando más los necesitó”, pues José
Ricardo, buscó a su “mejor amigo” pero al parecer era mejor que hubiera estado
solo.
La violencia, la negligencia y todo
acto deshumanizado inevitablemente afecta a los seres humanos que no hemos
renunciado a nuestra naturaleza humana, a esa que siente y que se niega a
entrar a la era de la obsolescencia programada, y menciono esto, porque no es
necesario que Luis o José Ricardo fueran mis familiares o amigos para sentirme
conmovida con la situación de injusticia que atraviesan sus historias; esto es
un llamado a la solidaridad social, es decir, a que hagamos consciencia de que
la sociedad es un gran sistema del cual, todos y todas hacemos parte, una gran
familia social.
Hay muchas preguntas por resolver y
lastimosamente una realidad inamovible: la muerte de dos jóvenes a los que el
viaje sin retorno les sorprendió cuando más vida tenían, como si hubiesen sido
escogidos como los actores de las más dolorosas paradojas.
Pero no toda la sociedad está mal,
existen aún personas que hacen parte de esa Colombia del sagrado corazón de Jesús,
del amor en los tiempos del cólera, del vallenato en guitarra como muestra de
amor, de la poesía viva propia de la hermandad; esos mismos que hemos estado en
las redes sociales haciendo nuestras manifestaciones de solidaridad con las
familias de estos dos jóvenes y con los miles casos a los que las justicia aun
no les llega.
Bien lo mencionó el padre de José
Ricardo, en la conmovedora carta leída en su sepelio:
“Expreso agradecimiento eterno a mi familia,
amigos, y a la gente buena de Barranquilla y Colombia, de manera especial a la
gente buena de Puerto Colombia que socorrió en la primera instancia a mi hijo y
que ha tenido el valor civil para decir la verdad…”
Acá hago
presencia, como esa Colombia sensible y humana que no se resigna a la
violencia, no hablo de aquella que “peca y empata” o de los “moralismos”
dañinos en sí mismos, hablo de la Colombia criolla, pueblerina, amorosa,
humilde, generosa y sobre todo
esperanzada. Aquella que llora cuando ve el video donde José Ricardo fue
pateado y observado con total negligencia mientras a su cuerpo lo estremecía
una de las muchas convulsiones que padeció, ya lo dijo José Soto Berardinelli:
“Tus ojos de terror como conmueven, eran los ojos
que veían la Colombia que no queremos, la gráficamente palpada en la insensibilidad
de algunos de sus médicos, la que trastoca los valores de la amistad, la
integridad y la honradez. Tus ojos de pánico avergüenzan a la Colombia buena
que ha reaccionado indignada, con rabia, con ira, para que este sacrificio tuyo
sirva como garantía de que un episodio similar no se vuelva a repetir”.
Ante estas
palabras sentidas y repletas de genuino dolor de amor, lo único que puedo decir
es que no podemos hacer de los casos de injusticia una noticia (mediática) que
tiene la corta vida de un juego pirotécnico en fiesta patronal, esto debe
llevarnos a sentir el dolor de la familia Colmenares, Soto y de todas las que
hoy han quedado colgadas en el dolor de la violencia, como el caso de Natalia
Ponce, Jineth Bedoya o Rosa Elvira Celis.
Es el
momento de terminar con el paradigma de juzgar antes de solidarizarnos, porque
eso implica que los victimarios puedan ampararse con sus rostros indolentes en
decir, “es que salió corriendo y no pude
hacer nada” “era un farmacodependiente” “ se suicidó” o “ hice todo por él, pero
lastimosamente se murió” “los médicos no podían hacer nada por él, porque
estaba demasiado drogado”; pero resulta que en el marco de los derechos
humanos lo primordial es tratar con dignidad a todas las personas, no dice que
se debe excluir por raza, condición social o problemática de consumo; todo ello
es secundario, lo único relevante es preservar
la vida y resulta que esa parte se olvida.
Inicié este
escrito describiendo las sinergias de los jóvenes Soto y Colmenares, pero
finalizaré con algo que los diferencia; en el caso Colmenares las cámaras de
seguridad se dañaron al unísono, pero en el caso Soto si hay videos que en cada
play hacen reflexionar sobre la crisis
de humanidad que padecemos los humanos.
Y despido
estas letras con otra de las palabras que el padre de José Ricardo mencionó en
su sepelio y que debe representarnos una invitación a la transformación y al
amor:
“Recuerdos buenos sobran para no olvidarte. Hoy, el
tamaño de nuestro dolor no tiene límites; pero nos ponemos al lado de Dios para
fortalecernos en el dolor, para extirpar los miedos, para defender tu dignidad
y tu honra. Te vas por una sobredosis: por una sobredosis de maldad; por una
sobredosis de indiferencia; por una sobredosis de dolo; por una sobredosis de
ausencia del Estado. Te vas por una sobredosis de mentira que permite y
permitirá que sobre tu vida frágil y ante tu ausencia sigan inventado cuentos y
elaborando argucias legales, para justificar lo injustificable. Te llevas la
satisfacción de nuestro amor sin límites …
y unos amigos sinceros. La excepción de la regla no debe acobardarnos
sino todo lo contrario, el valor que tú le dabas a la amistad debe ser el
derrotero que marque nuestro camino”.
Justicia
Ya!
Tu escrito además de real y doloroso llega a mi corazón de madre y pienso en estas dos familias y miles que no publican su dolor.No puedo evitar llorar de pensar q nuestros hijos estén expuestos a tanta maldad......es así la maldad q cada día contamina más este mundo q nos entregó Dios para mejorarlo y no para destruirnos como lo estamos haciendo. Yo como Colombiana exijo JUSTICIA YÁ!!!!